Esta tarde al entrar a la cocina, buscaba algo con qué entretener mi estómago, y es que la dieta me ha tenido un poco privado de los manjares de la gastronomía, sin embargo ha habido algo que me ha alimentado, algo que ni yo me sé explicar, pero que sé da fuerzas a mi cuerpo, a mis huesos, a mi alma, a mi vida.
Mientras abría la puerta de la nevera recordaba el momento en que tú la abriste buscando un complemento para la receta de "tu clase”, y qué curioso es que jamás pensé que mi tono retador en afán de tenerte cerca tuviera el resultado de un beso tuyo.
Los minutos pasaban y sé que te torturaba mi mirada reposando sobre tus actividades, pero era mi deber como buen instructor vigilar, porque tu aprendizaje estaba en mis manos de fiel profesor; sin embargo debo confesar que mi mirada se centraba más en ti, en tu belleza, en tu carisma, en tu ángel: ese ángel que me tiene loco, y que me hace suspirar como nadie lo ha hecho jamás.
El tiempo fue corriendo sin intención de detenerse y tu deseo de querer hacer bien las cosas aunado al mío se mezclaban en el tazón de la comida. Cada grano que acariciaban tus dedos era ahora parte de un nuevo universo, pero parecía que tu nerviosismo, carente de razón, gobernaba tu sonrisa: esa que me hace suspirar cada vez que la contemplo y que me enamora más y más...
Y el procedimiento culinario se fue llevando según los pasos pactados previamente, mas no contábamos con que algo más iba a hacerse, y no era precisamente el pan que horneamos juntos. Fue ese sentimiento tan puro, tan transparente, tan nuestro; y que agradezco infinitamente al universo habernos puesto en esa cocina, así tan espontáneamente, fuera de este mundo inhóspito que nos ensucia el alma, sino por el contrario eres tú quien lava mi tristeza, quien ilumina mi oscuridad, quien alimenta mi alma.
Aun recuerdo nuestras cortas discusiones por quién tenía razón, comentarios que a veces ni venían al caso pero que fueron necesarios para perpetrar el cruzar nuestras miradas, de interactuar el uno con el otro, de justificar el roce de nuestras manos.
Afortunada la cocina que me vio renacer en tus ojos, pues tu luz me indicó el camino a seguir y tomar tantos riesgos que mi corazón teme, pero que la claridad de tu ser me invitó.
Venturosa la mesa que sostuvo los platos en que nos dispusimos a comer, pues fue testigo de cómo abrimos nuestros corazones recíprocamente.
Bendito el arroz que cocinamos, pues si no hubiera sido por él, aun me encontraría en la orfandad del amor, y no tendría la fortuna de sonreír cada vez que pienso en ti, cada vez que te tengo cerca, que mis labios se funden con los tuyos, que nuestros brazos son cadenas que nos unen sin querernos soltar, que siento y respiro tu aliento que me da tanta vida, que siento ese calor que calcina mi tribulación y la convierte en fragante incienso que inunda nuestra habitación y nos hace estar tranquilos.
Feliz soy yo por tenerte cerca...
Y, ¿Qué más se podría decir? Tú, ¿Qué opinas?
1 comentario:
lo uniko qie puedo decir es que aconpane esta linda lectura con una buena rola, un ciagarro(hacer nuestro el universo de prueba de sonido y marlboro menthol) y un par de lagrimas por el sentimiento que pones en tus blog. De verdd me encanta disfrutar de tus palabra y el sentimiento que encuentro en cada una de ella. Dios te bendiga y segui siempre pa lante :)
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