Ante un cielo nublado, un calor inclemente, la música de mi ordenador y las pláticas multifacéticas de mis contactos me hacen pensar tantas cosas. Pensar que mi entorno se disfraza de muchos colores, formas y sentires me hace reflexionar en que algo debo hacer al respecto, y pronto.
Sentir la mirada de alguien sobre mí ya no me confiere la confianza, y mucho menos la certeza, de creer que desea ver más allá de mi piel, de indagar con profundidad en mi vida, de conocerme mejor a sólo lo que la ropa le deja mirar, que se tome el tiempo de siquiera pensar y considerar que no sólo me considere un instrumento de concupiscencia; que detrás de la epidermis, que recubre mi esqueleto, circula sangre, tan cálida como el sol matutino, tan al ritmo como los besos de dos enamorados, tan roja como la escarlata.
Creo que el temor se ha apoderado de mí, y es que ya ni sé qué ni en quién creer; siento que, en este momento de mi vida, el amor se ha relativizado para mí. Y a pesar de los logros que del Cielo me han venido y siguen llegando, y con los cuales me procuro la felicidad y para los que me rodean, sigo teniendo un espacio disponible para alguien especial, mi pregunta como la de muchos es: ¿Dónde estás?
El contacto con historias fallidas de amor, la infidelidad que se asoma a la orden del día, el falso placer a la vuelta de la esquina, las promesas sin cumplir, y tanto más, me hacen titubear en cada paso que mi corazón quiere dar.
Y me siento ajeno al pretender que no me interesa amar y ser amado, pues no soy así. Tengo miedo de haber permitido que la incertidumbre y la desconfianza hayan moldeado mi conducta con un troquel en el que se firma un rechazo al sentimiento. Saberme buscado por un interés, por querer tenerme en su cama para complacerse, que crean que no tiene relevancia lo que siento, a ser confundido.
Aun recuerdo cuando, hablando sobre esto con alguien muy importante para mí, me confesó su pesar por haber sido víctima del deseo ilícito cumplido y permitido por alguien quien, a pesar de su compromiso, accedió; y me decía: "Ser una perra es la mejor forma de decir que no importa el amor"
Y me marean esas palabras, porque sé que es algo cierto, pero algo en lo que no he creído por mucho tiempo, pero que, las circunstancias me han hecho atestiguar y validar, sin embargo sigo creyendo en que el amor vale, y mucho.
Y esta noche decido tratar de seguir adelante, mi vida va avanzando, y en consecuencia de ello yo debo seguir madurando, y ahora que estoy a las puertas de la tercera década, procuraré para mí vivir con intensidad y pasión, trabajar con ahínco y convicción, y, sobre mucho, amar completamente. Y no permitiré que me convenzan de que no importa el amor.
Y, ¿Qué más se podría decir? Tú, ¿Qué opinas?
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