El cielo de este ocaso ha sido como una incertidumbre, las nubes ahogaban el cielo, y se fugaba a la imaginación pensar si la lluvia llegaría o si sólo sería una alternativa fantasma del clima. Mas me asusta pensar que las nubes también pretendan jugar con mis impresiones, que roben a mi propiedad la facultad de sentir cercana la presencia pluvial del cielo.
Sin embargo, ¿para qué quiero presenciar la caída del diluvio? ¿cuál es la premura de sentir el llanto celestial?, si, de todo eso, los recuerdos aprovechan a buscar la superficie como lombrices en la tierra, buscando oxígeno para poder sobrevivir; y no es que no me gusten los recuerdos, sino que algunos deben permanecer inertes, inmóviles, intactos para que el tiempo se ocupe de consumirlos en las brasas del olvido.
Aunque, a veces, es pertinente descascarar lo que debería ser parte de un destino caducado, pues de la experiencia vivida, el futuro se hace menos sorpresivo y, a pesar de la relatividad de dicha sorpresa, me permito a mí mismo, y a mi interior, recordarme la advertencia dada por mí hace unos años: "Nunca pierdas la ilusión".
Pero, ¿quién puede decirme como ilusionarme? ¿Alguien conoce algún método o sistema infalible para ver más allá de la superficie? ¿Es esto posible?
Y mi psiquis me remonta a un episodio que marcaría mi vida, un lapso en el que se delinearía la frontera entre el ayer y el hoy, el antes y el después, entre el tú y el yo.
El destino siempre dispone, dentro de la historia personal de todos, ese momento en el que el entorno se vuelve más claro, más transparente, más real; y es ahí cuando somos invitados a crecer, a veces de una forma regulada y otras descontrolada, lo importante es saber hacerlo.
Era una tarde de junio en la que dispusimos compartir la comida, estuvimos y disfrutamos de la compañía recíproca, y al calor de la noche recibí la propuesta esperada, en ese momento cambiaba mi vida, el mundo giró en torno a mí, sentí la luz deslizarse en la ilusión que mis ojos reflejaban: Mudo pregón de la súbita caida. Fue ése el momento en que, por primera vez, mi estatus civil cambiaba, y era parte de mi anhelo, de mi esperanza, de mi ignorancia, creer que sería duradero.
Los días fueron transcurriendo, cada minuto mi corazón se comprometía a seguir viviendo alimentado de una nueva confianza que reposaba en esa persona quien arrebataba mi atención, a quien entregaba mis esfuerzos y por quien estuve dispuesto a vivir: la fuente de mi devoción. Sin embargo, algo dentro de mí no estaba bien, había un conflicto entre mi mente y mi corazón, pues mi corazón quería llevar la batuta de mi vida, y mi mente era relegada simplemente a obedecer, y ese fue mi más grande error: la ceguera de los sentimientos más el divorcio entre la mente y el corazón hicieron letal ese destino triunfante.
Existía una batalla campal en la que mi cuerpo estaba al centro y mis sentimientos y mi mente a mis costados buscando ganar, buscando triunfar sobre su oponente, pretendiendo encontrar mi felicidad. Aún recuerdo que, quizá por mi juventud o por inexperiencia, mi afectividad se vio violentada y los ojos de mi amor fueron cegados por sus palabras, por sus caricias, por sus besos. Y yo, estúpido, caí.
Y aún tengo tan presente el día que regresé a casa, cuando en lugar de llegar feliz vine al borde de la depresión, y la desilusión se refrescaba con mi llanto. Y fue cuando un ángel, amigo mío, me ayudó y aconsejó para quitarme la venda de los ojos y darme cuenta de la realidad.
Devolvió a mí mismo ese valor que había perdido, el que, sumisa e ignorantemente, le había entregado; en ese momento dejé de ser el de antes, y ya no volvería a ser igual, pues me daba cuenta de que la realidad es diferente a la ilusión, de que mis sueños y mis proyectos estaban muy lejanos de los suyos, de que seguramente, me había equivocado.
Bendita la noche en que mi ángel me regresó al lugar de dignidad de dónde me había extraviado, lugar de donde, a veces, me escapo o me secuestran; y se repite el ciclo en el que un ángel me acompaña a mi lugar, y aunque regreso herido, y a veces mutilado, siempre me esperan para fortalecerme, para alimentarme, para reinventarme.
Y, ¿Qué más se podría decir? Tú, ¿Qué opinas?
Escrito a petición de un gran amigo, a quien quiero muchísimo y espero que él lo sepa.
Publicación Original para SAERSORO
Fotografía cortesía de SAERSORO. Derechos de Texto Reservados para el autor y SAERSORO.
Sin embargo, ¿para qué quiero presenciar la caída del diluvio? ¿cuál es la premura de sentir el llanto celestial?, si, de todo eso, los recuerdos aprovechan a buscar la superficie como lombrices en la tierra, buscando oxígeno para poder sobrevivir; y no es que no me gusten los recuerdos, sino que algunos deben permanecer inertes, inmóviles, intactos para que el tiempo se ocupe de consumirlos en las brasas del olvido.
Aunque, a veces, es pertinente descascarar lo que debería ser parte de un destino caducado, pues de la experiencia vivida, el futuro se hace menos sorpresivo y, a pesar de la relatividad de dicha sorpresa, me permito a mí mismo, y a mi interior, recordarme la advertencia dada por mí hace unos años: "Nunca pierdas la ilusión".
Pero, ¿quién puede decirme como ilusionarme? ¿Alguien conoce algún método o sistema infalible para ver más allá de la superficie? ¿Es esto posible?
Y mi psiquis me remonta a un episodio que marcaría mi vida, un lapso en el que se delinearía la frontera entre el ayer y el hoy, el antes y el después, entre el tú y el yo.
El destino siempre dispone, dentro de la historia personal de todos, ese momento en el que el entorno se vuelve más claro, más transparente, más real; y es ahí cuando somos invitados a crecer, a veces de una forma regulada y otras descontrolada, lo importante es saber hacerlo.
Era una tarde de junio en la que dispusimos compartir la comida, estuvimos y disfrutamos de la compañía recíproca, y al calor de la noche recibí la propuesta esperada, en ese momento cambiaba mi vida, el mundo giró en torno a mí, sentí la luz deslizarse en la ilusión que mis ojos reflejaban: Mudo pregón de la súbita caida. Fue ése el momento en que, por primera vez, mi estatus civil cambiaba, y era parte de mi anhelo, de mi esperanza, de mi ignorancia, creer que sería duradero.
Los días fueron transcurriendo, cada minuto mi corazón se comprometía a seguir viviendo alimentado de una nueva confianza que reposaba en esa persona quien arrebataba mi atención, a quien entregaba mis esfuerzos y por quien estuve dispuesto a vivir: la fuente de mi devoción. Sin embargo, algo dentro de mí no estaba bien, había un conflicto entre mi mente y mi corazón, pues mi corazón quería llevar la batuta de mi vida, y mi mente era relegada simplemente a obedecer, y ese fue mi más grande error: la ceguera de los sentimientos más el divorcio entre la mente y el corazón hicieron letal ese destino triunfante.
Existía una batalla campal en la que mi cuerpo estaba al centro y mis sentimientos y mi mente a mis costados buscando ganar, buscando triunfar sobre su oponente, pretendiendo encontrar mi felicidad. Aún recuerdo que, quizá por mi juventud o por inexperiencia, mi afectividad se vio violentada y los ojos de mi amor fueron cegados por sus palabras, por sus caricias, por sus besos. Y yo, estúpido, caí.
Y aún tengo tan presente el día que regresé a casa, cuando en lugar de llegar feliz vine al borde de la depresión, y la desilusión se refrescaba con mi llanto. Y fue cuando un ángel, amigo mío, me ayudó y aconsejó para quitarme la venda de los ojos y darme cuenta de la realidad.
Devolvió a mí mismo ese valor que había perdido, el que, sumisa e ignorantemente, le había entregado; en ese momento dejé de ser el de antes, y ya no volvería a ser igual, pues me daba cuenta de que la realidad es diferente a la ilusión, de que mis sueños y mis proyectos estaban muy lejanos de los suyos, de que seguramente, me había equivocado.
Bendita la noche en que mi ángel me regresó al lugar de dignidad de dónde me había extraviado, lugar de donde, a veces, me escapo o me secuestran; y se repite el ciclo en el que un ángel me acompaña a mi lugar, y aunque regreso herido, y a veces mutilado, siempre me esperan para fortalecerme, para alimentarme, para reinventarme.
Y, ¿Qué más se podría decir? Tú, ¿Qué opinas?
Escrito a petición de un gran amigo, a quien quiero muchísimo y espero que él lo sepa.
Publicación Original para SAERSORO
Fotografía cortesía de SAERSORO. Derechos de Texto Reservados para el autor y SAERSORO.
1 comentario:
Pues qué decirte mi querido Daniel, conservar la ilusión por sobre todas las cosas y a pesar de cuanta decepción nos golpee es un verdadero reto, es posible logarlo, cuando logras ver tus ilusiones como metas personales en las que debes estar incluido únicamente vos mismo, cuando sabes que tus experiencias tanto positivas como negativas sucedidas por causa de seguir nuestras ilusiones, por más traumáticas que sean te hacen crecer y lejos de destruirte, te transforman para mejorar cada aspecto de tu vida, es cuando te das cuenta que las ilusiones son buenas, que son lo que ha motivado a la humanidad a no estancarse en una vida conformista, que por las ilusiones se han logrado grandes cosas.
No hay que olvidar las experiencias negativas, pero sólo deben ser recordadas para evitarlas en lo posterior, uno no deja de subirse a la bicicleta y se priva de sentir el viento y la velocidad sólo por un raspón, simplemente se aprende a no caer, o al menos a no hacerlo tan duro, y en todo caso, lo que más se debe recordar, es cómo sanar una herida por desilución; teniendo en cuenta todo esto, ilusionarse es posible. En esta vida todos necesitamos creer en algo o en alguien, pero principalmente creer en nosotros mismos, en nuestra capacidad de salir adelante a pesar de todo, y teniendo la certeza que siempre habrá una mano amiga que nos ayudará a hacerlo más fácil.
Atte. Kristian Timoshenko.
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